miércoles, 30 de marzo de 2016

De mandíbulas


Uno de los ejemplos de fraude científico mencionado en clase está relacionado con un descubrimiento de paleoantropología que en su día estudié. Se trata del hallazgo, hace algo más de 100 años, del eslabón perdido, como así lo denominó la prensa de la época. Una serie de restos fósiles, concretamente una mandíbula, un diente y un cráneo encontrados en Piltdown, Inglaterra y presentados en el museo británico sin apenas oposición ni duda razonable de su veracidad. La época justifica esta falta de crítica, ya que confirmaba la teoría de la evolución de Darwin y daba relevancia a Inglaterra en la materia que hasta ese momento permanecía carente de yacimientos en el Reino Unido. 41 años después se descubrió que el cráneo correspondía a un homo sapiens moderno, el diente suelto pertenecía a un mono y la mandíbula a un orangután.  La autoría del fraude nunca quedó esclarecida, pero lo que en su día me impresionó del caso fue que un descubrimiento tan transcendental no fuera revisado y validado por la comunidad científica de la época. Por supuesto que eran otros tiempos, y otras las formas, y prevalecía el reconocimiento y la aceptación de algo que se deseaba que ocurriera. Ahora que me encuentro un paso más cerca de la esfera científica me asombra la inmensa contradicción  que supone para un científico defender un engaño de esa magnitud. Seguramente Darwin se encontrara en su tumba seriamente indignado, o quizás riendo a mandíbula batiente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario