lunes, 30 de noviembre de 2015

El progreso en la ciencia (T4)

Siempre he pensado que el concepto de progreso está íntimamente ligado a la ciencia, ya que es ésta la que facilita las mejoras técnicas, teóricas o experimentales en cualquier disciplina. En este interesante texto de César Tomé se explica muy claramente las diversas visiones que se han suscitado en relación al progreso en la ciencia. Una de las acepciones para ciencia implica generar conocimiento. Como se menciona en el texto, el conocimiento da poder (según Bacon o Hobbes, no está claro) y el poder estaría basado entre otras cuestiones en la capacidad de predecir el futuro (aunque en las ciencias sociales se podría decir que más bien tratarían de predecir el pasado, tal y como irónicamente mencionaba Katrín Simón en la 2ª sesión de este curso).  Pero el progreso también debe significar superar la veracidad de las teorías predecesoras, o al menos hacerlas más explicativas. Esto se avala con la visión de Popper, de aceptar la teoría más corroborada de tal manera que una medida de progreso sería la búsqueda de una mayor verosimilitud en las teorías.
Por otro lado el ciclo de crecimiento que conlleva una disciplina científica según Kuhn seŕia una forma más de progreso o evolución de un pensamiento que conlleva una sucesión de etapas. No veo necesario reproducir ese ciclo de crisis, conflictos entre paradigmas y revolución de la ciencia que terminan demostrando que hay muchas maneras de concebir el mundo y por ende la ciencia.
UN CIENTÍFICO ASEGURA HABER CREADO "UNA MÁQUINA DEL TIEMPO"Y respecto a esto último, el autor menciona el manifiesto relativista en el que se dice: El mundo “en sí mismo” nunca puede ser conocido. Puede que el progreso en la ciencia algún día desvele más pistas respecto al mundo (lastima no tener una máquina del tiempo para adelantar acontecimientos). Lo que sí es seguro es el gran abismo de desconocimiento que se abre cuánto mas se ahonda en una de esas pistas.

Una hipótesis, un Potlatch y el cambio (T3)


Me ha sorprendido encontrar en el texto del libro "An introduction to Scientific Research" de E. Bright Wilson Jr. un ejemplo sobre el establecimiento de las hipótesis, ilustrado con la experiencia de un antropólogo. Dicha hipótesis es formulada de manera errónea, al confundirse con una norma o principio. Tal y como dice el autor, en las ciencias sociales resulta más difícil probar una hipótesis, pero eso no significa que se deba omitir dicho paso. En antropología se han producido muchas investigaciones etnográficas y etnológicas, verdaderas obras precisas y detalladas, en los que la interpretación de culturas, códigos, conductas, actos o rituales depende siempre de la propia percepción del etnógrafo. Y esta percepción está ligada a su forma de entender, interpretar y explicar dichas cuestiones, tanto en su entorno conocido como en el que está investigando. Pero resultan insuficientes para poder probar una hipótesis. Un aspecto, que además se encuentra en los estudios de las ciencias sociales, es la aplicación del carácter cualitativo por encima del cuantitativo. En el caso de la antropología predomina casi exclusivamente el primero, lo que hace aun más difícil separar los aspectos subjetivos de cualquier interpretación.


Se me ocurre un ejemplo histórico en la antropología que ha tenido muchas interpretaciones, el Potlatch. Se trata de una ceremonia de los indios de la costa noroeste de América, en el que se realizaban donaciones de todo tipo de bienes y grandes banquetes que eran interpretados como relaciones jerárquicas para reforzar alianzas. Otros lo veían como una forma de adaptación cultural a las fases cambiantes que se daban en esa época, con periodos alternados de abundancia y escasez. Otra interpretación lo explicaba como un derroche y afán por ganar estatus social, y llegaron a prohibirse en Canadá durante décadas. Tres interpretaciones a cada cual más diversa, pero posiblemente todas ellas válidas según el momento, lugar, colectivo o evento estudiado y analizado.


Esta idea de interpretación mudable, y por tanto de investigación cambiante, me ha recordado la cuestión que se comentaba en el texto “Ciencias duras, ciencias blandas, ciencias sociales y humanidades” de Juan José Ibáñez. En ella se define la cualidad de dureza de una ciencia en relación al grado al que se ha llegado respecto a la formalización matemática de las teorías. Es indiscutible, que siguiendo dicha taxonomía, las Ciencias Sociales y Humanidades se encuentran, como bien dice el autor, en el furgón de cola. A eso se le añade la dificultad en refutar, corroborar o replicar una teoría en el ámbito social. Si la vara de medir es esa, queda claro que estas ciencias ocupan el mencionado furgón, y no hay más que volver al ejemplo del Potlatch arriba mencionado para entender que corroborar una teoría sobre el por qué de este rito es prácticamente imposible. Al igual que en el resto de ciencias, aún más en antropología, un método científico infalible, como hemos visto, no existe, pero si pautas o aplicaciones más acertadas que pueden servir como modelo para reproducir en tu propia investigación. Lo que también me ha parecido interesante en el segundo texto, es el cambio de rumbo que toma el mundo académico cuando, por intereses político-económicos, se empiezan a valorar más lo ámbitos prácticos y de aplicación, que los teóricos, pudiéndose así algunas ciencias blandas convertirse en algo más duras. Resulta que la ciencia no está libre de modas y parece que se rige igual que el resto de los ámbitos que rodean a los seres humanos, tal y como ya teorizaba Heráclito, lo único que permanece constante es el cambio.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Un tuit... (T2.2)


En la larga lista de tuits he elegido una de las famosas citas de Scott Fitzgerald:
Siempre que uno se enfrenta a una hoja/entrada (de blog) en blanco, lo más fácil para solventar el primer obstáculo de cómo empezar a decir algo, es preguntándose qué es lo que quiero contar. Esta cita me ha recordado ese primer momento, y me ha hecho ver que quizás sería interesante darle una vuelta de tuerca a esta pregunta inicial y replantearme el por qué escribo: ¿es que quiero decir algo, o es que tengo algo que decir?. Ese "tener que", ¿intuye una premisa, una necesidad o un deber moral de que las cosas se dicen para proporcionar algún tipo de información?. Tras este dilema siempre se tiene el temor de "hablar por hablar", o mas bien escribir por escribir, para formar parte de ese colectivo que opina o se pronuncia sobre una cuestión.

He de decir, para ser sincera, que nunca fui muy fan de twitter y quizás porque pensaba que un porcentaje muy alto de la ingente cantidad de tuits que circulan, no eran más que formas rápidas, resumidas y directas de afirmar o rechazar una opinión. Que al fin y al cabo no aportan nada nuevo a lo que se está debatiendo, pero ahí estaba mi error. Todas las opiniones cuentan, al menos para la persona que la da, y por supuesto que son dichas por alguien que tiene algo que decir. La cuestión es si yo quiero o no leerlas, porque me sirvan o me ayuden a entender una idea. Creo imprescindible saber decidir por uno mismo lo que se quiere leer y en lo que se quiere indagar, de la misma manera que hay que saber discriminar aquella información irrelevante o superficial.


Estoy apunto de iniciar un recorrido muy largo en el que hay mucho que leer y otro tanto que escribir, y considero que es importante no perder de vista esta idea.